Para Adolfo

En los últimos años, he tenido la fortuna de que a través de mis amistades he conocido personas a las que he podido llamar amigos, y ellos me han distinguido correspondiendo a esa amistad.

Adolfo "Pelón" Millán es uno de ellos, un tipazo en toda la extensión de la palabra, una persona que la primera ocasión que lo ví me intimidó -e incluso pensé que poco podía tener en común con este sujeto de enorme estatura, rostro adusto y ronca voz- pero que con el tiempo he encontrado a un amigo sensible, excelente esposo, padre de familia, amigo y bloguero de gran talento.

Con el grupo de amigos donde encontramos coincidencia, hemos compartido la risa, el pan y la sal, uno que otro brindis y el último par de días, hasta una lágrima.

El querido "Pelón" sufrió la pérdida de su padre, don Adolfo.

En el terreno de experiencias en común, esta, la más reciente, es una que a mi también me marcó, y como se lo comentaba al mismo Adolfo, "esta película ya la ví".

No tuve el privilegio de conocer al papá del "Pelón" como algunos de mis amigos, pero apelando a los comentarios vertidos por todos, fué un gran hombre, que vivió una vida plena y que como el gran bromista que fué- y citando al mismo Adolfo- su último chascarrillo fué dejar este mundo el día de los inocentes, como la rúbrica a una vida con gran sentido del humor.

Es quizá la mayor pérdida que un hombre pueda tener, la del propio padre, sin embargo el sentimiento que quiero compartirte mi estimado "Pelón" y a quienes lean esta entrada al blog es que nos despedimos solamente de la parte física, del cuerpo que habitó el alma de esta gran persona.

Los varones somos privilegiados, pues siempre llevaremos la escencia de nuestro padre dentro de nosotros mismos y lo mejor, la heredamos a nuestros hijos con lo que a pesar de no tener físicamente a papá junto a nosotros, lo tenemos dentro nuestro, lo miramos cada vez que miramos el espejo -y mejor aún- cuando vemos a nuestros hijos siempre habrá algo que nuestros ojos -y nuestra alma- nos hagan sentir la presencia de nuestro propio padre.

Ayer, mientras despedíamos el cuerpo físico de tu papá, el viento en las capas más altas de la atmósfera aceleró su paso, haciendo que las nubes prácticamente se deshilaran formando un maravilloso espectáculo de formas angelicales, el cielo le daba la bienvenida al alma de don Adolfo sin duda alguna.

Las despedidas son tristes, ni duda cabe, pero siéntete contento de saber que ahora el mejor de los ángeles te cuida a tí y a tu familia desde el cielo, que cada vez que mires a tus hijos reír y crecer, el espíritu de tu padre habita en ellos y cada vez que tus logros, tus esfuerzos y tus alegrías se manifiesten, la misma alegría que tú sientas la harás sentir a tu papá dentro de tí y allá donde está.

Con afecto.

Marco

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