martes, noviembre 07, 2006

Aquí estoy... y soy de a deveras


"Los hombres son como los vinos; la edad agria a los malos y mejora los buenos"
Cicerón

"Juventud divino tesoro, te vas para no volver"
Rubén Darío

"Un año más de vida, no significa necesariamente envejecer, si lo piensas dos veces, es un paso más hacia la inmortalidad"

Wilbur

Ya estoy filosofando estupideces, y aún faltan unos días para que llegue mi cumpleaños. Hace tiempo que le he restado el valor que la mayoría de la gente le ha asignado a esta fecha en la vida de todos (sí, de todos, hasta de las viejas que insisten en dejar de cumplir años).

Cuando era niño (físicamente, por dentro nunca he dejado de serlo) la llegada del cumpleaños significaba todo un acontecimiento. Significaba ver a mi mamá en chinga preparando la merienda para el día en cuestión (pambazos y medias noches) arreglando la mesa con montones de gelatinas de colores, colocando hilera tras hilera de "Chaparritas" de naranja, uva y piña, el pastel mandado a hacer solo Dios sabe dónde, gorritos, silbatos... en fín, la magia se desencadenaba en el departamento donde viví esa etapa de mi vida y parecía que podían caber cientos y cientos de personas, aunque claro, solo eran mis primos, amigos de mis papás y uno que otro colado.

Después la cosa se fué transformando. Durante la adolescencia el ritual ya era diferente, de hecho me tocó organizar una pachanga más en forma cuando llegué a los 15 noviembres -cosa de la que me arrepiento, pues más de un pendejo pensó que quería celebrar como quinceañera- pero salió bastante bien; con luz y sonido y todo el show. Me acuerdo que el ex-novio de la chava con la que andaba en ese entonces planeaba llegar a interrumpir y a armar un desmadre, lo cual me mantuvo tenso la mayor parte del tiempo. Nunca llegó -tampoco llegué a nada con la susodicha- pero para mí fué un evento que dificilmente podría olvidar. Con los años se pasa de la pequeña celebración con la familia, a las maxi-pedas con los cuates, donde de rigor había que acabar fulminado y de menos con una cruda de la chingada. De ahí pasamos a la edad donde ya no se siente el mismo ánimo que antes. En mi ciudad natal era casi un rito de iniciación a la mayoría de edad, el celebrar el cumpleaños número 18 acudiendo al mejor "centro nocturno" (entonces no existían los Table) para ser testigos del show y en el mejor de los casos, alquilar un rato de sexo desenfrenado para el del cumpleaños, con una gorda que de menos le doblaba la edad -y la columna vertebral-. A mí por azares del destino me exentaron del ritual, pero muchos años después, a mis cuates y a mí, nos dió por retomar esa costumbre del festejo en lugares non-sanctos, quizá como un homenaje a esos tiempos que ya se fueron.

Tuve también mi etapa en donde olímpicamente me valía madres el cumplir un año más de edad, no por el hecho de cumplirlo, sino porque no sentía que hubiese motivos para celebrar. En posts posteriores se irán enterando un poco más sobre quien soy, de dónde vengo y a dónde voy (huy! que pinche frase tan profunda!) pero por el momento sobra decir -y ustedes me corregirán si me equivoco- que hay momentos donde tiene más valor para el cuerpo y la mente el tomarse una hora más de sueño, desconectarse del mundo y mandar a todo y a todos al carajo.

Ahora, mirando en retrospectiva los 36 cumpleaños que preceden al que viene, me doy cuenta que en el fondo, de una forma u otra, los he vivido lo mejor que he podido. Este año me hará falta el abrazo más importante de todos. El abrazo que recibía inmediatemente después de levantarme, el abrazo que me dejaba sentir que era el ser más valioso sobre la tierra, tuviese uno, diez, quince o los años que fuera. Este año me hará falta el abrazo de mi papá.

Nadie lo podrá sustituír, por mucho que lo piense. Pero si hay alguien que me quiera hacer llegar uno para el próximo sábado, pues... Aquí estoy... y soy de a deveras.

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