Y encima les pagamos una millonada.
¡¡Qué poca madreeeeee!!
¡¡Culeeeeros!!
-sigh!-
Ya me desahogé
"En nuestros locos intentos
renunciamos a lo que somos
por lo que esperamos ser."
Shakespeare
No, no se trata de una película de Pedrito Infante, tampoco se trata de una cantina donde por menos de cincuenta varos puedes salir más fumigado que una cucaracha.
Mi rincón cerca del cielo se encuentra generalmente en la fila 7 u 8, ya sea el asiento "A" o el "F" (en el caso de doble hilera de tres) o como en alguna ocasión el el"J" (dentro de un extinto DC-10). Mi rincón se encuentra en el asiento de un avión.
Y a mi me hubiese gustado, por encima de todas las cosas que el asiento no tuviese ni número ni nomenclatura, más bien que fuese el que generalmente se ubica del lado izquierdo de la cabina de mando -y no se burlen- mi sueño de toda la vida había sido ser capitán de un avión.
Mi fascinación por volar se remonta a la primera vez que mi papá tuvo a bien llevarnos de vacaciones a Acapulco sin tener que pasar por el trámite de la excursión de Semana Santa: diez horas de viaje dentro de un atestado camión Dina modelo setenta y tantos, varios honorables miembros del grupo de viajeros con lindos sobrenombres tales como "La torta", "El Tamal" (estos siempre viajaban juntos) "El Toques" y muchos más que escapan a mi memoria. El delicado sonido de los acordes de Rigo Tovar y su Costa Azul saliendo de una grabadora (casi siempre monaural). El fino e inconfundible aroma de las tortas de queso de puerco con cebolla de las comadres que ocupaban los asientos de atrás, etcétera, etcétera.
Tendría diez u once años cuando abordé por vez primera un Boeing 727-100 de Mexicana de Aviación. Solo de recordar la imágen del avión desde la sala de abordaje siendo alistado para el vuelo en su plataforma, la sensación de enfrentarse a una experiencia nunca antes vivida -y de la cual escuchas diferentes opiniones- de ser el primero de prácticamente todos mis amigos de la escuela de gobierno a la cual asistía en ese entonces que tenía la oportunidad de volar, me hacían sentir como en un sueño.
El momento en el que la nave entra en rotación y se eleva hacia los aires empujada por tres motores Pratt & Whitney y que el suelo se vá haciendo cada vez más distante y todo lo que está sobre él se observa cada vez más pequeño, puede ser una sensación abrumadora para un niño... para mí ha sido una de las sensaciones más gratas que he podido percibir jamás.
Al llegar a su nivel de vuelo y tomar la velocidad crucero correspondiente al trayecto, la perspectiva del mundo se vuelve distinta, pegado a la ventana (que mi papá siempre me dejaba ocupar) ves como el mundo tal y como lo conoces se convierte en un escaparate de imágenes que si bien la televisión o alguna película te habían permitido observar, el apreciarlas directamente tiene un enorme plus.
Desde esa primera vez, y hasta la fecha, la experiencia de volar no ha dejado de fascinarme. Mucha gente se queja, y ahora con las medidas de seguridad que desde el 11 de Septiembre se han tenido que tomar, peor aún; pero yo -llámenme masoquista si quieren- disfruto desde llegar al aeropuerto y escuchar el sonido de los aviones que van despegando, hasta el momento en que puedes pasar a la sala de abordar, y tal como lo hacía de niño, observar desde el pasillo y los enormes ventanales, todos los aviones que aterrizan, despegan, esperan su turno para partir, son preparados para el vuelo y son abordados o desembarcados.
Le pedí a mi papá que me dejara estudiar aviación -él me pidió que dejara de estar jodiendo y estudiara administración de empresas-. Tuve que ceder (en parte, pues terminé estudiando otra cosa). Las colegiaturas, horas de simulador, horas de vuelo y un largo etcétera no las hubiese podido pagar nunca.
Pero lo que nunca podré pagarle es que siempre me dejara el asiento de la ventanilla, que me explicara qué significaba el anuncio que el capitán daba sobre la altitud, la velocidad y todos los datos que comunmente escuchas -tanto en español, como en inglés (que por cierto, no me ha tocado UN capitán, primer oficial o de plano asistente de vuelo que hablen por lo menos un inglés entendible).
La próxima vez que vuele (espero sea pronto), se que además de poder contemplar al mundo desde el aire, estaré un poquito más cerca de donde mi papá se encuentra ahora que casi han pasado cuatro meses desde que su alma dejó esta tierra. Mi rincón cerca del cielo ahora será doblemente valioso.
Si alguien les gana el asiento de la ventanilla en su próximo vuelo y concuerda con el tipo de la foto que aparece en el perfil... no le mienten la madre. Compartan con él unos drinks y quizá hasta les pueda hacer olvidar el problema que significa actualmente ir al aeropuerto y pasar todos los trámites por los que hay que pasar. Si eres mujer igual y quiera pasarse de listo, pero dále chance. Es buena bestia.
"Un año más de vida, no significa necesariamente envejecer, si lo piensas dos veces, es un paso más hacia la inmortalidad"
Wilbur
Ya estoy filosofando estupideces, y aún faltan unos días para que llegue mi cumpleaños. Hace tiempo que le he restado el valor que la mayoría de la gente le ha asignado a esta fecha en la vida de todos (sí, de todos, hasta de las viejas que insisten en dejar de cumplir años).
Cuando era niño (físicamente, por dentro nunca he dejado de serlo) la llegada del cumpleaños significaba todo un acontecimiento. Significaba ver a mi mamá en chinga preparando la merienda para el día en cuestión (pambazos y medias noches) arreglando la mesa con montones de gelatinas de colores, colocando hilera tras hilera de "Chaparritas" de naranja, uva y piña, el pastel mandado a hacer solo Dios sabe dónde, gorritos, silbatos... en fín, la magia se desencadenaba en el departamento donde viví esa etapa de mi vida y parecía que podían caber cientos y cientos de personas, aunque claro, solo eran mis primos, amigos de mis papás y uno que otro colado.
Después la cosa se fué transformando. Durante la adolescencia el ritual ya era diferente, de hecho me tocó organizar una pachanga más en forma cuando llegué a los 15 noviembres -cosa de la que me arrepiento, pues más de un pendejo pensó que quería celebrar como quinceañera- pero salió bastante bien; con luz y sonido y todo el show. Me acuerdo que el ex-novio de la chava con la que andaba en ese entonces planeaba llegar a interrumpir y a armar un desmadre, lo cual me mantuvo tenso la mayor parte del tiempo. Nunca llegó -tampoco llegué a nada con la susodicha- pero para mí fué un evento que dificilmente podría olvidar. Con los años se pasa de la pequeña celebración con la familia, a las maxi-pedas con los cuates, donde de rigor había que acabar fulminado y de menos con una cruda de la chingada. De ahí pasamos a la edad donde ya no se siente el mismo ánimo que antes. En mi ciudad natal era casi un rito de iniciación a la mayoría de edad, el celebrar el cumpleaños número 18 acudiendo al mejor "centro nocturno" (entonces no existían los Table) para ser testigos del show y en el mejor de los casos, alquilar un rato de sexo desenfrenado para el del cumpleaños, con una gorda que de menos le doblaba la edad -y la columna vertebral-. A mí por azares del destino me exentaron del ritual, pero muchos años después, a mis cuates y a mí, nos dió por retomar esa costumbre del festejo en lugares non-sanctos, quizá como un homenaje a esos tiempos que ya se fueron.
Tuve también mi etapa en donde olímpicamente me valía madres el cumplir un año más de edad, no por el hecho de cumplirlo, sino porque no sentía que hubiese motivos para celebrar. En posts posteriores se irán enterando un poco más sobre quien soy, de dónde vengo y a dónde voy (huy! que pinche frase tan profunda!) pero por el momento sobra decir -y ustedes me corregirán si me equivoco- que hay momentos donde tiene más valor para el cuerpo y la mente el tomarse una hora más de sueño, desconectarse del mundo y mandar a todo y a todos al carajo.
Ahora, mirando en retrospectiva los 36 cumpleaños que preceden al que viene, me doy cuenta que en el fondo, de una forma u otra, los he vivido lo mejor que he podido. Este año me hará falta el abrazo más importante de todos. El abrazo que recibía inmediatemente después de levantarme, el abrazo que me dejaba sentir que era el ser más valioso sobre la tierra, tuviese uno, diez, quince o los años que fuera. Este año me hará falta el abrazo de mi papá.
Nadie lo podrá sustituír, por mucho que lo piense. Pero si hay alguien que me quiera hacer llegar uno para el próximo sábado, pues... Aquí estoy... y soy de a deveras.